Pocas cosas le brindan más realismo y nos hacen entregarnos más intensamente a la representación de nuestras fantasías que un disfraz erótico.
La magia del disfraz nos transforma: al levantarse la careta de sacerdote pecador o sexy policía se caen las restricciones y los tabúes impuestos por la sociedad donde vivimos, la educación y las influencias que recibimos desde la infancia que para nada responden a las imágenes que nos producen placer.
Los disfraces sirven para crear la atmosfera necesaria para recrear nuestras fantasías y cumplir nuestros deseos. Nos ayudan a entrar en personaje y a soltar los prejuicios que con mucha frecuencia nos impiden disfrutar plenamente de nuestra sexualidad.
Incorporar disfraces en los juegos sexuales crea una atmosfera de diversión que relaja las tensiones, disipa las preocupaciones y nos permite sumergirnos por completo en la recreación de nuestras fantasías.
Imaginar la historia, darle color al personaje y pensar en la representación excita la mente y lleva el placer de la relación sexual a un nuevo nivel. La preparación de la escena y la expectativa en las horas anteriores al encuentro sexual son un potente afrodisíaco que actúa físicamente iniciando la secreción de hormonas y psicológicamente aumentado nuestro deseo.